domingo, 4 de septiembre de 2016

Le pettit mort

Echo a andar, el portazo aún resuena en mis entrañas. El pueblo se mece entre la penumbra y una Luna que juega al escondite con las nubes. Con las prisas he dejado el móvil en casa. Suerte que cogí las llaves y el tabaco.

Ando por el empedrado absorto en mis pensamientos cuando una lechuza se cruza en mi camino. Se posa en el pollete se la ventana y me mira. Me sostiene la mirada. Se termina el empedrado y pienso en el estúpido pájaro y su profunda mirada.

Tras dos calles llenas balcones llenos de macetas vuelvo a ver a la lechuza. Contonea su plumaje marrón ante mi. El pájaro sacude la cabeza y entra en un viejo caserón con la puerta entre abierta. Como a estas alturas no voy a solucionar nada me aventuro a seguir al ave.

Cuando entro en la casa seguido por un fervor que no creía capaz en mi, me doy cuenta del micro-clima que reina en la casa y la humedad que se puede incluso masticar, piso unos cristales cuando camino y es que la lámpara de araña del techo es ya un recuerdo. A mi lado un armario y una estantería con libros que podría decir no son de este siglo. Ni mucho menos del anterior. La mitad de un espejo a mi izquierda me devuelve la imagen de un hombre con pequeña melena ondulada con cara de haber visto a alguien levantar del letargo de la muerte.

Veo unas escaleras de piedra y me dispongo a subirlas. Casi puedo notar el frío de las baldosas a pesar del calor que reina en la casa. Cuando termino las escaleras un pasillo se ofrece con algunos crucifijos y cuadros de una dama preciosa. Entro en la única puerta que está abierta con el alma encogida y el aliento saliendo por mis pulmones.

Cuando entro veo una cama, una cama grande correctamente hecha y una mujer que yace en el suelo. La lechuza está a su lado, esperando algo.

La mujer tiene una media melena recogida en un moño. Y como está de espaldas no le veo la cara. Pero si veo que tiene varios tatuajes. Una calavera junto a una llave en la nuca. En el costado el Cristo de la buena muerte. En el gemelo un dibujo de alguien encapuchado. Y en los omóplatos las palabras muerte y vida en francés.

La mujer gimotea y dice algo imperceptible. El pájaro que parece entender mejor que yo alza el vuelo y coge una manta y la pone sobre los pies de la misteriosa mujer.

-La muerte es la última mujer con la que me iré.- dice ella.

Yo que no se nada de francés no entiendo que dice.

-El tiempo se acaba, Carpe diem.

Dice ella con el marcado acento francés. Hasta ahora no me había dado cuenta pero tiene una cicatriz de una raja en el costado y un hilo de 7 arañas tatuadas.

-¿Estás bien?

-Me muero, que ironía.

-Puedo llamar a una ambulancia.

-No serviría de nada. Para salvarme tienes que hacer varias cosas, pero antes te debo contar quien soy.

Quedo consternado con su voz y su acento. Me arrodillo tras de ella y subo la manta para taparla entera el ave sale de la estancia.

"Soy francesa de nacimiento. Nací hace más años de los que pueda recordar pero se de donde vengo.

Huí de casa cuando apenas cumplía diez años. Recuerdo que mi padre, superviviente de una guerra de la que no podía olvidar llegaba a casa borracho cada noche. Yo todas esas noches veía como aquel engendro pegaba a mi madre con el mismo cinturón de la silla de los caballos. Una noche de marzo, por primera vez me dió a mi con el cinturón en el costado y me rajó con la hebilla. Yo me tire al suelo y lloré tanto como pude. Vi como mi madre reunía la valentía que le quedaba y le acuchillaba una pierna.

El con la adrenalina del momento se levantó como pudo y abofeteo la cara de ella. Ella volvió a acuchillarle, pero esta vez en el brazo. Finalmente el se levantó y la golpeo hasta matarla.

Mientras yo salía de aquella casa y me adentré en bosque. Corrí mientras rezaba a un Dios que no parecía escucharme. Y cuando no me quedaron fuerzas le recé a la muerte para que no viniera. Cuando me di cuenta me desmaye exhausta.

Días más tarde me levante en un duro catre y una mujer con un extraño crucifijo me velaba y me oraba.

Cuando pregunté que había pasado me dijo que sólo me había curado y que la muerte había escuchado mis plegarias. La cicatriz del costado es sólo un recordatorio de a quien le debo la vida.

Aquella mujer a quien la Iglesia llamaba bruja me enseñó a leer y escribir. Y en parte a sobrevivir. Cumplí los 27 años y mi maestra cada vez iba a peor. Ella que era más sabía que los cerezos me dijo que la muerte pronto vendría a buscarla.

Una vez más me encontraría con la muerte sin pedirle nada a cambio. Yo que no podía perder a nadie cuando vino a buscarle la muerte hice un pacto con ella.

Trabajaría para la muerte durante toda la vida a cambio de la salud de mi maestra. El señor de la muerte accedió. Seguiría viva la bruja durante doscientas lunas para solucionar todo aquello que debiéramos, luego sería reina de la muerte. Lo único que podría matarme es perder La Calavera durante dos lunas.

Y así es como empecé a matar gente cuando El señor de la muerte me lo mandaba. Hasta que hace unos días un cazador de brujas me asaltó y robó el amuleto."

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