jueves, 9 de febrero de 2017

El Dios del mar.

La marea sube y baja cada ciertas horas, es un movimiento natural del planeta. Es como si Poseidón respirara y con ello subiera y bajara la marea. También dicen que lo que pasa en el mar y en la Luna está estrechamente relacionado. Como si los locos escritorcillos de tabaco rubio no tuvieran suficiente con el mar, nos vino a ver la Luna. 

Como decía, los viejos marineros contaban aquella historia de que al Dios del Mar se le hinchaban los pulmones y que por eso el mar se revolvía. Esta es la historia de uno de esos días revueltos en los que la mar está alta, altiva. En los que Poseidón mira por encima del hombro la tierra.

Me desperté por quinta vez aquella noche. Las 3:34 parece mentira que sólo sea esa hora. La miré y la vi lejana, como en un sueño que jamás será mío. Y la toqué, por si acaso estaba soñando.

Pasé mi dedo índice por su mejilla derecha y me detuve en su pequeña cicatriz de la infancia. Miré por la ventana y vi que no llovía.  Me vestí con la máxima celeridad y silencio que fui capaz de reunir. Me volví a quedar mirando, resopló y le subo la manta, le toco el hombro y marcho a la cocina, cojo el papel y escribo:" deja que Morfeo esté contigo esta noche". Dejo el papel en su mesita. Me abrocho la camisa y gabardina y cierro la puerta. El frío cercano al invierno me abofetea la cara como el bamboleo de un velero en alta mar. Me avisa de que con prontitud querré volver.

Me llevo las manos a los bolsillos y observo la ciudad, que se muestra dormida, aletargada e incluso débil a estas horas de la noche. Me encamino al casco viejo por el empedrado y cuando lo paso voy a parar al mar. Inmenso e imponente, me siento un siervo más de Poseidón. Camino por el paseo marítimo dejando atrás el puerto deportivo y subo la cuesta hacia el mirador de la playa. Me siento ensimismado en las olas y como rompían en las rocas a lo lejos y así es como pude ver como un barco luchaba con el mar para para mantenerse a flote.

El barco parecía agarrarse a sí mismo para seguir a flote mientras se iba acercando a la costa, ya se podía ver a los marineros. Que se abrazaban y miraban entre ellos. Deben estar rezando a cualquier cosa que quieran creer para que el agua no se los lleve.  La vela mayor estaba pidiendo a gritos la jubilación y el casco del barco aguantaba por inercia más que por ganas.

La situación fue empeorando hasta que el barco definitivamente encalló. Pero al cabo de un rato pasó algo sorprendente, algo llevó los cuerpos medio moribundos de los marineros a la orilla de la playa y estos se despertaron tosiendo y muy aturdidos. Después de unos diez minutos llegó el que parecía ser el capitán del barco con una botella vacía con un papel dentro entre sus manos. Bajé a la playa a ayudarles, pero no parecían necesitar la ayuda, solo tenían un par de rasguños y alguna pequeña contusión.

El capitán del barco no soltaba la botella mientras negaba con la cabeza. Yo mientras tanto le preguntaba que qué pasaba, pero no era capaz de articular palabra, le ofrecí a aquel viejo marinero una copa, aún sabiendo la hora que era y sólo me contestó ofreciéndome un cigarrillo. Yo asentí mientras fumaba aquel húmedo pitillo.

Ya con una copa en la mano y algo más seco, le pregunté que qué había pasado y este entre dientes accedió a contármelo con la promesa de jamás desvelar aquel secreto. Tenía una voz profunda y algo ronca. A nuestro lado los marineros roncaban en unos malos asientos.

"Que conste que siempre he sido un buen católico, carámbano nunca voy a misa porque yo salgo al mar incluso en los días de domingo. Y hoy es una de esos días en los que sabes que la vuelta va a costar más que la ida. La botella que tengo a mi lado- dijo mientras le echaba un vistazo- es un contrato.

Yo era pequeño cuando los viejos marineros me contaban antiguas historias que hablaban de naufragios y de sirenas y milagrosos rescates en alta mar. Una de ellas decía que, si cuando ves que peligra tu vida en el barco le pides al Dios del Mar que te salve este puede hacerlo, pero a cambio a los diez años las almas que hicieron el contrato deberán ser devueltas al sitio donde pertenece. Que es el mar. Muchos marineros contaban esta historia pero la verdad es que ninguno no la creíamos. Siempre crees que son historias de miedo para niño o cuentos populares.

Pero hace un rato cuando vi que la vida mía y la de mis hombres peligraba, decidí hacerlo. Puse el pequeño tridente que llevaba en la bodega boca abajo y desafié tres veces al Dios del Mar. Al poco escuché crujir y romper el casco y con el bamboleo y la violencia de las olas caímos todos al mar, luchamos y volví a desafiar tres veces al Dios del Mar. Al poco me encontraba casi ahogándome y unas criaturas marinas me llevaron a tierra cuando ya estaba inconsciente, con este cacho de cristal.- En ese momento el hombre quitó su mano de la botella de Ron y cogió la de cristal verde y la rompió contra el borde de la mesa. Sacó el papel, que parecía una carta vieja y la puso sobre la mesa.- Mis hombres creen que se ha obrado un maldito milagro pero lo cierto es que he vendido sus almas por unos pocos años en tierra."

En ese momento golpeó la botella vacía de ron sobre la mesa, yo me levante pagué la cuenta y una botella más para aquel afligido marinero. Necesitaba aire y ver si me podía creer aquello. Me despedí de aquel triste marinero y me encaminé a casa mientras el sol amenaza con salir.

Cuando llegué a casa ella aún dormía impasible, como si el mundo no fuera un sitio terriblemente cruel. Yo me eché a dormir esperando que lo que había visto aquella noche fuera mentira y aquello solo fuera un sueño. Pero cuando me desperté en el periódico se hablaba de un barco que había encallado y unos marineros desaparecidos y a mí me faltaban unos billetes en la cartera.

martes, 6 de septiembre de 2016

Más bohemia que el propio París.


Más bohemia que el propio París.
Labios carmín, rojo.
El corazón desarmado.
El pelo le cae sobre hombro
y se apoya en su clavícula
para envidia de todos.



Bolso del color del carmín
Y vestido, siempre vestido.
Esta vez negro,
Como ese sombrero bohemio
que solo le queda bien a ella.





Media manga,
Un libro en el bolso.
El otoño en la mirada.
Y las manos cargadas de arte.



Ella es la flor

que creció en pleno asfalto

en la ciudad de Madrid.



La flor que desafió a la gran ciudad.

Una mirada suya.

Allí plantada en una calle de Malasaña

valía más que todos los versos

que se pudieran escribir.



Ella seguía creciendo desbocada

y melódica como un blues.

Llena de luz

como un baile en medio de un bar sin nadie

o una cerveza en verano.



C'est la petite fille.
C'est ma petite fille.



La chica más bohemia,
Siempre quiso ser Madrid
Y no París.

domingo, 4 de septiembre de 2016

Le pettit mort

Echo a andar, el portazo aún resuena en mis entrañas. El pueblo se mece entre la penumbra y una Luna que juega al escondite con las nubes. Con las prisas he dejado el móvil en casa. Suerte que cogí las llaves y el tabaco.

Ando por el empedrado absorto en mis pensamientos cuando una lechuza se cruza en mi camino. Se posa en el pollete se la ventana y me mira. Me sostiene la mirada. Se termina el empedrado y pienso en el estúpido pájaro y su profunda mirada.

Tras dos calles llenas balcones llenos de macetas vuelvo a ver a la lechuza. Contonea su plumaje marrón ante mi. El pájaro sacude la cabeza y entra en un viejo caserón con la puerta entre abierta. Como a estas alturas no voy a solucionar nada me aventuro a seguir al ave.

Cuando entro en la casa seguido por un fervor que no creía capaz en mi, me doy cuenta del micro-clima que reina en la casa y la humedad que se puede incluso masticar, piso unos cristales cuando camino y es que la lámpara de araña del techo es ya un recuerdo. A mi lado un armario y una estantería con libros que podría decir no son de este siglo. Ni mucho menos del anterior. La mitad de un espejo a mi izquierda me devuelve la imagen de un hombre con pequeña melena ondulada con cara de haber visto a alguien levantar del letargo de la muerte.

Veo unas escaleras de piedra y me dispongo a subirlas. Casi puedo notar el frío de las baldosas a pesar del calor que reina en la casa. Cuando termino las escaleras un pasillo se ofrece con algunos crucifijos y cuadros de una dama preciosa. Entro en la única puerta que está abierta con el alma encogida y el aliento saliendo por mis pulmones.

Cuando entro veo una cama, una cama grande correctamente hecha y una mujer que yace en el suelo. La lechuza está a su lado, esperando algo.

La mujer tiene una media melena recogida en un moño. Y como está de espaldas no le veo la cara. Pero si veo que tiene varios tatuajes. Una calavera junto a una llave en la nuca. En el costado el Cristo de la buena muerte. En el gemelo un dibujo de alguien encapuchado. Y en los omóplatos las palabras muerte y vida en francés.

La mujer gimotea y dice algo imperceptible. El pájaro que parece entender mejor que yo alza el vuelo y coge una manta y la pone sobre los pies de la misteriosa mujer.

-La muerte es la última mujer con la que me iré.- dice ella.

Yo que no se nada de francés no entiendo que dice.

-El tiempo se acaba, Carpe diem.

Dice ella con el marcado acento francés. Hasta ahora no me había dado cuenta pero tiene una cicatriz de una raja en el costado y un hilo de 7 arañas tatuadas.

-¿Estás bien?

-Me muero, que ironía.

-Puedo llamar a una ambulancia.

-No serviría de nada. Para salvarme tienes que hacer varias cosas, pero antes te debo contar quien soy.

Quedo consternado con su voz y su acento. Me arrodillo tras de ella y subo la manta para taparla entera el ave sale de la estancia.

"Soy francesa de nacimiento. Nací hace más años de los que pueda recordar pero se de donde vengo.

Huí de casa cuando apenas cumplía diez años. Recuerdo que mi padre, superviviente de una guerra de la que no podía olvidar llegaba a casa borracho cada noche. Yo todas esas noches veía como aquel engendro pegaba a mi madre con el mismo cinturón de la silla de los caballos. Una noche de marzo, por primera vez me dió a mi con el cinturón en el costado y me rajó con la hebilla. Yo me tire al suelo y lloré tanto como pude. Vi como mi madre reunía la valentía que le quedaba y le acuchillaba una pierna.

El con la adrenalina del momento se levantó como pudo y abofeteo la cara de ella. Ella volvió a acuchillarle, pero esta vez en el brazo. Finalmente el se levantó y la golpeo hasta matarla.

Mientras yo salía de aquella casa y me adentré en bosque. Corrí mientras rezaba a un Dios que no parecía escucharme. Y cuando no me quedaron fuerzas le recé a la muerte para que no viniera. Cuando me di cuenta me desmaye exhausta.

Días más tarde me levante en un duro catre y una mujer con un extraño crucifijo me velaba y me oraba.

Cuando pregunté que había pasado me dijo que sólo me había curado y que la muerte había escuchado mis plegarias. La cicatriz del costado es sólo un recordatorio de a quien le debo la vida.

Aquella mujer a quien la Iglesia llamaba bruja me enseñó a leer y escribir. Y en parte a sobrevivir. Cumplí los 27 años y mi maestra cada vez iba a peor. Ella que era más sabía que los cerezos me dijo que la muerte pronto vendría a buscarla.

Una vez más me encontraría con la muerte sin pedirle nada a cambio. Yo que no podía perder a nadie cuando vino a buscarle la muerte hice un pacto con ella.

Trabajaría para la muerte durante toda la vida a cambio de la salud de mi maestra. El señor de la muerte accedió. Seguiría viva la bruja durante doscientas lunas para solucionar todo aquello que debiéramos, luego sería reina de la muerte. Lo único que podría matarme es perder La Calavera durante dos lunas.

Y así es como empecé a matar gente cuando El señor de la muerte me lo mandaba. Hasta que hace unos días un cazador de brujas me asaltó y robó el amuleto."